UN CURSO DE MILAGROS

La mente es el principio activo del espíritu, recibe su energía creadora del PENSAMIENTO DE DIOS.

La mente se divide en dos partes: el espíritu y el ego. El espíritu se mantiene en contacto con Dios y conserva su potencial creador, mientras que el ego es ilusorio, genera ilusiones y percibe la culpa, el pecado y la muerte como reales.

Aunque la voluntad del espíritu está cautiva mientras la mente no esté unificada, aún existe la libertad de elegir entre dos opciones o voces: la del espíritu o la del ego.

El ego es la creencia de estar separado de tu Creador y el deseo de ser algo distinto a lo que Dios creó.

El ego representa el odio, el miedo, la venganza, el aislamiento y la ilusión de soledad. Frente a esto, el milagro se describe como un sueño que corrige el error del ego, trayendo paz, unión y perdón con la suavidad de una madre amorosa.

El milagro simboliza el perdón, mientras que el ego condena. La Voz de Dios nos invita a elegir el milagro y a ayudar a salvar al mundo, recordándonos que el camino hacia el Cielo es corto y está al alcance de todos.

El perdón es un medio para alcanzar a Dios, aunque es una ilusión creada por el Espíritu Santo con un propósito distinto: alejarnos del error y acercarnos a la verdad.

El perdón actúa como una «ficción feliz» que ayuda a salvar la brecha entre la percepción y el conocimiento, permitiéndonos superar la percepción de Dios como un enemigo y reconciliarnos con Él.

El perdón simboliza la paz y la salvación, representado en la «faz de Cristo», que es el puente hacia el recuerdo de Dios y la entrada al Cielo. Aunque el perdón es en parte irreal como percepción, cumple una función esencial para alcanzar la paz eterna y la unidad con la Voluntad de Dios, que es constante e inmutable.

El ego, al ser cambiante, no puede hallar paz, mientras que la Voluntad de Dios permanece constante y refleja Su perfección. Al contemplar la verdad y la faz de Cristo, el individuo se libera del pecado, se reconoce como santo y su mente retorna a su Creador, en una unión perfecta entre Padre e Hijo, más allá de toda percepción y ataque, en comprensión y paz.

Una visión espiritual sobre la ilusión del mundo, la percepción verdadera y la conexión con Dios:

1. El mundo como ilusión. Lo que percibimos en el mundo físico no es real ni eterno, ya que no fue creado por Dios. Todo lo visible es temporal y destinado a desaparecer.

2. Los ojos del cuerpo no pueden percibir la realidad divina, sino solo ilusiones que generan pensamientos de pecado y culpa. En cambio, lo creado por Dios es eterno y libre de culpa.

3. La percepción verdadera corrige la percepción falsa y permite reconocer que el pecado no existe. Esto conduce a la unidad con Dios, siendo el perdón y la salvación manifestaciones de esta percepción.

4. La percepción verdadera revela al mundo como una ilusión frágil que se disuelve, dejando espacio para la luz de Cristo, donde el tiempo y el mundo desaparecen.

5. El perdón elimina la culpa, que es lo que mantiene al mundo ilusorio. Al hacerlo, el cuerpo y el pecado dejan de ser relevantes, permitiendo trascender la separación.

6. Cambio interno. La percepción se vuelve hacia el interior, donde el perdón elimina la culpa. Este proceso establece un altar interno para conectar con Dios y reconocer Su verdad.

7. Unidad final con Dios: Una vez alcanzado el conocimiento de Dios, desaparecen la percepción, el perdón y los cuerpos, dejando solo el amor y la unión eterna con Él.

8. Paz y liberación: Se invita a buscar a Dios en Su altar, donde se encuentra la paz, la santidad y el amor eterno, liberándonos del miedo, las ilusiones y el mundo físico.

La ayuda espiritual es necesaria para superar las ilusiones del mundo y recordar la verdadera Identidad en Dios. Aunque no se necesita ayuda para entrar al Cielo, ya que nunca se ha dejado, se requiere apoyo para trascender las falsas creencias. Jesús es presentado como un modelo que, al identificarse plenamente con Cristo, dejó atrás las ilusiones del cuerpo y mostró el camino hacia Dios.

Jesús, al reconocer la verdad, se convirtió en un Salvador, demostrando que el pecado, el miedo y la muerte no tienen poder sobre el Hijo de Dios. Su vida y enseñanza guían a la humanidad a superar el sufrimiento y la culpa, ayudando a reconocer que todos los pecados son ilusorios y carecen de consecuencias reales.

Aunque Jesús no es el único Ayudante, es un símbolo del Amor de Dios y una figura central para comprender que la muerte no existe y que el Hijo de Dios es eterno e inalterable. Se invita a caminar junto a él, compartir alegrías y penas, y dejar atrás los sueños de culpa, encontrando así la Paz de Dios y la unión con el resto de la creación en el Amor divino.

El Espíritu Santo como guía divino, mediador entre Dios y la humanidad, y facilitador de la redención:

1. Jesús y el Espíritu Santo: Tras su ascensión, Jesús invocó al Espíritu Santo para que Su Voz, que es la Voz de Dios, pudiera ser escuchada en la tierra. Aunque percibimos al Espíritu Santo en formas humanas, su verdadera naturaleza es espiritual y eterna, conocida solo por Dios y Cristo.

2. Expiación y redención: El Espíritu Santo ofrece la respuesta a la separación de Dios, llevando adelante el plan de la Expiación. Jesús, al cumplir su papel a la perfección, fue designado como líder en este proceso para guiar a la humanidad hacia la salvación.

3. Conexión divina: El Espíritu Santo es el vínculo que une a Dios con Sus Hijos separados. Combina el conocimiento divino con la percepción necesaria para llevar al mundo hacia el perdón, iluminando el Amor eterno de Dios y revelando la faz de Cristo.

4. Presencia en la mente humana: El Espíritu Santo habita en la parte de nuestra mente unida a Cristo, sirviendo como prueba de nuestra unidad con Dios. Adopta formas como guía, voz o ayuda para satisfacer nuestras percepciones de necesidad, mientras trabaja para liberarnos de estas ilusiones.

5. Nuestra misión divina: Estamos llamados a ser manifestaciones del Espíritu Santo, actuando como Su Voz junto con Jesús en el proceso de redimir al mundo. Al completar esta misión, nos unimos plenamente a Jesús en la redención y contribuimos al himno eterno de Amor a Dios.

El Espíritu Santo guía a la humanidad hacia la unidad con Dios mediante el perdón y la redención, mientras cada individuo tiene un papel activo en este propósito divino.